Esa noche tuve un sueño extraño, al parecer podía volar por los aires y cuando miraba hacia abajo veía mi sombra nadando en la superficie del mar, entrando en la boca oscura de los grandes volcanes, quemándose con el sol del desierto, mientras yo iba a toda velocidad pasando de una nube a otra cruzando los cielos. De repente, de un momento a otro sentí que una fuerza más poderosa que la gravedad me atraía hacia la tierra, por más que intentaba mantener el vuelo la caída era inevitable, así que me dejé llevar sin oponer más resistencia y cuando estaba a punto de golpearme contra el suelo, abrí mis ojos.
Cráter del Volcán Irazú |
Desperté en una cama que no era la mía, de hecho no era una cama, había
despertado con el cuerpo cubierto de arena y con los labios salados. Por el
olor a sal y a aceite de coco, mi nariz se enteró antes que mis ojos que me
encontraba en una playa. Estaba apenas amaneciendo así que el cielo empezaba a
iluminarse, me levanté y aun sin salir del asombro sacudí parte de la arena que
me cubría la piel.
Playa Manuel Antonio |
Pizote |
En verdad eran salvajes! |
Finalmente mis ojos se concentraron un poco en el sitio donde estábamos
y vi por primera vez al pizote, a los caballos salvajes trotando en la playa, a
la mariposa celeste, al jabalí, a los cangrejos y los caracoles, a la danta y
al puercoespín; y en los cielos volaban las urracas, los loros, las guacamayas,
los tucanes y los pelícanos, y se escuchaba el golpe de los carpinteros y el
zumbido de las alas del colibrí. Caminé hacia la orilla y entré al mar y vi a
la tortuga carey, la sardina, el atún, el pez dorado, el barbudo, el lenguado;
vi al tiburón blanco, al martillo, al aguja, vi muchas especies de ballenas,
delfines, langostas, crustáceos, calamares vi pepinos de mar y arrecifes de
coral, rayas y medusas.
El agua era tan clara que podía ver a los peces que confundidos chocaban
con mis pies y el cielo era tan azul que el mar parecía haberse teñido. Regresé
nuevamente a la orilla porque mi estómago empezaba a anunciarme la fatiga de la
mañana, así que caminé a través del espeso bosque que rodeaba la playa en busca
de algo para comer. Y encontré en aquel bosque palmeras de coco y bebí el agua
de uno de ellos, y encontré el pejibaye, la papaya, el mango, la banana, el
tamarindo, la guayaba, el cacao, la naranja, y los limones y comí de cada uno.
Encontré también un cultivo de piña que se extendía hasta perderse en el
horizonte y ese día probé la fruta más dulce que jamás había comido. Mi lengua
festejaba en mi boca y toda mi humanidad se concentró en disfrutar al máximo
toda la dulzura que podía brindar esa tierra incluso en la forma de una fruta.
Sentí que caminé durante horas a través de ese verde espeso, tropezando de vez
en cuando con ardillas y conejos, con monos que aullaban entre las ramas de los
árboles y con mariposas que adornaban con sus alas todo el lugar.
Al final de mi caminata contemplativa me encontré
con lo que parecía un restaurante, estaba tan lleno de vida, de ruido y de
baile que parecía que todos hicieran parte de la misma fiesta. Tímida, me
acerqué despacio a esa masa de alegría viviente que entre risas y cervezas
celebraba no sé qué, y entonces pensé: “Vaya! en el paraíso también venden
cervezas”. Después de algunos minutos de examinar la algarabía noté que una
mano se levantaba de una de las mesas, y apuntándome hacía señales para que me
uniera. Para entonces ya estaba tan entusiasmada que me sentí como en casa y
sin pensarlo dos veces me acerqué a una familia que me recibía como a un
miembro más.
Compartí con ellos una extensa charla aun sin
atreverme a preguntar nada que para otros fuera evidente, no quería pasar por
descortés y mucho menos por ignorante. Pasaron minutos, horas hasta que tomé la
decisión de preguntar a mis nuevos amigos qué lugar era aquel, qué lugar era
ese que jamás había imaginado que existiera, en el que los ríos eran celestes y
las arenas blancas, qué lugar era aquel en el que todo el mundo se veía
genuinamente feliz y que sin parecerse se sentía tanto como el hogar. Uno de
mis acompañantes tomó la palabra y con una honesta sonrisa me dio la respuesta
que tanto he querido volver a escuchar: Bienvenida a Costa Rica!.
A partir de ese momento tuve la más larga de mis noches junto al más largo de mis sueños, duró prácticamente un año. Aunque habría bastado dos minutos de conversación con un tico, dos suspiros de la brisa marina que despiden Caribe y Pacífico sobre sus costas, habría bastado el corto canto de un ave al pie de mi balcón, o las soberbias apariciones de la luna que casi se mete por la ventana para que mi corazón en silencio decretara que de tener que nacer nuevamente lo haría en ese país…
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Queridos, quiero aclarar que esta primera entrega llegó a mí luego de escuchar a un famoso cuentero costarricense que en una de sus historias relata como fue su nacimiento en Costa Rica. Moisés Mendelewicz.
Por hoy me despido y recuerden: Comentar es agradecer. Si les ha gustado por favor ayúdenme a compartir. Si les interesa seguirme @Pam_Snz en Twitter. Si no les ha gustado esperen la próxima entrada y me comentan.
That's all folks!
Mi linda tierra, q inspira palabras hermosas en personas maravillosas... Costa Rica Pura Vida :D
ResponderEliminarHermoso relato , nos transportas Pamela a sitios que has tenido tu el privilegio de ocnocer y disfrutar , definitiamente si te dedicas a escribir seria de lo mejor , tu narrativa invita a la lectura . Felicitaciones
ResponderEliminarSon palabras que dan ganas de salir corriendo a vivir una experiencia tan inolvidable como esta. De tener expectativas nuevas y vivir para conocer gente y paisajes tan hermosos como estos.
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